Seguramente a todos nos ha pasado alguna vez pensar que nuestra insulina había perdido sus propiedades o que estaba en mal estado por haber hecho las cosas mal. Siempre pensamos en los meses de verano… “a lo mejor ha sido durante el viaje en coche”, “parece que esto no está muy frío”, “no me está haciendo efecto”, pero ¿y en invierno?
El frío en principio hace que la conservación de la insulina sea más fácil. Se recomienda que la insulina que no estamos utilizando esté entre cuatro y ocho grados para que no pierda su efectividad pero lo que no debemos hacer bajo ningún caso es exponerla a temperaturas gélidas por debajo de cero grados para evitar su congelación. La insulina expuesta a temperaturas altas en verano, igual que la que está sometida a temperaturas demasiado bajas, pierde sus propiedades. Es recomendable si las temperaturas bajan de cero grados no dejar tu medicación en lugares que no tengan una temperatura adecuada para evitar la congelación. La insulina una vez congelada, no se puede utilizar.
Si vas a viajar a lugares con unas temperaturas bajas extremas y no la puedes dejar en ningún sitio que tenga una temperatura adecuada, sería recomendable que llevaras tu insulina cerca de la ropa térmica que utilices, en el bolsillo interior de un anorak o de un pantalón o una riñonera en la cintura. Otra opción sería transportarla en una bolsa cerca de un termo o botella llena de agua caliente para impedir que la insulina pudiera congelarse.
No pierdas de vista tu glucómetro ya que cuando se expone a bajas temperaturas probablemente no realice las mediciones correctamente. Recuerda antes de realizar un control de glucosa calentar siempre las manos si las tienes frías, bien frotándolas o lavándolas con agua caliente.
Si observas alguna variación como cambio de color en vez de transparente a un aspecto turbio o lechoso o si encuentras partículas pequeñitas o grumos después de agitarla o si el color es diferente al que tiene habitualmente, lo mejor es desecharla y no correr riesgos innecesarios.