—Doctor, mi niño no me come.
—Pero oiga…
—¿Qué?
—Pues que su “niño”… cumple este año 15 primaveras…
La temida “aborrescencia” siempre llega, aunque nosotros sigamos viendo a nuestro pequeño bebé, a ese mocosillo al que conseguíamos hacer desternillarse de risa con una pedorreta en la tripa. Y aunque nos digan eso de “¡Papá! ¡Por favor! ¡Qué vergüenza!”, pues no lo vemos. No queremos creer que, definitivamente, están creciendo. Tampoco ellos son plenamente conscientes de que están en un camino de transición, y sin retorno, hacia la vida del adulto. Claro, en esta situación, ¿cómo no van a surgir tensiones, diferencias, broncas y discusiones? El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
A esta tormenta hormonal le vamos a añadir la preocupación por el aspecto físico, la alimentación y la diabetes. Lo ponemos 5 minutos a máxima velocidad en la Thermomix y nos sale un huracán incontrolable, un alud interminable, un tsunami de violencia insaciable.
Un ejemplo de los pensamientos de un adolescente estándar podría ser:
—Tengo que vigilar mi físico. María se fija mucho más en Víctor que en mí. ¡Malditas gafas! Tengo que convencer a mi madre para que me compre ya las lentillas, y mañana mismo me apunto al gimnasio. Quiero mi tableta de chocolate. Pero claro, si quiero la tableta aquí abajo, por arriba nada más de chocolate. Está rico, sí, pero ahora yo ya soy mayor, y puedo elegir y controlar lo que como. Sin embargo, ¡malditas hipoglucemias! Cada vez que consigo bajar 2 kilos me viene una de mis bajadas, arraso con la nevera y vuelvo a coger los gramos perdidos. Así no hay manera…
Otro ejemplo, radicalmente distinto, sería:
— ¿Por qué brócoli otra vez? ¿Por qué? ¿Por qué me odian mis padres? ¡Si yo tengo una línea perfecta! No necesito coliflor. Si huele mal al cocinarla, por algo será. Yo ya no soy un niño, yo ya puedo elegir lo que quiero comer y lo que no. Se acabó eso de que mis padres decidan por mí, salvo lo de las unidades de insulina que me tengo que poner, que eso mi madre lo hace como nadie.
Ambos pensamientos, ¿son normales? ¡Pues claro que sí! Propios de la edad, e incluso de algunos adultos, de esos a los que les cuesta crecer. Entonces, ¿qué podemos hacer? Pues entenderles, acompañarles, aconsejarles, reírnos con ellos, tomarlo con naturalidad y explicarles que nosotros “ya hemos pasado por allí”. Los adolescentes quieren ser adultos pero sin adquirir las responsabilidades de las decisiones que toman. Sin embargo, todos terminamos siendo víctimas de nuestros malos juicios y triunfadores de nuestras sabias elecciones. Eso debe comprender un adolescente. A veces, el error puede ser una buena forma de aprender.
¿No quieres pescado? Tú mismo. ¿No quieres verdura? Allá tú. ¿No quieres comer a pesar de haberte puesto ya la insulina? Hablamos en una hora, mientras devoras las galletas. ¿Te vas a alimentar solo a base de comida basura? Hablamos en un mes, cuando no quepas por la puerta de casa. Tienen toda la vida para aprender. Dejemos que, de vez en cuando, se equivoquen.
¿Cuándo sí debemos preocuparnos? Cuando aparezcan los signos y los síntomas de los trastornos de la conducta alimentaria, fácilmente identificables (si queremos, pues los padres muchas veces somos los primeros que no queremos ver la verdad ante nuestros propios ojos). En la actualidad, estos trastornos continúan siendo hasta 10 veces más frecuentes en mujeres, por lo que máxima atención para los que tengamos niñas.
La bulimia nerviosa es, tras el asma y la obesidad, la tercera enfermedad más prevalente en la adolescencia: afecta hasta un 2% de chicas adolescentes:
- Si nuestra hija o hijo se da atracones de comida (sin hipoglucemia mediante) y posteriormente se dirige inmediatamente al cuarto de baño y se encierra, ojo.
- Si sale inmediatamente a correr una maratón para perder el exceso de calorías ingerido, ojo.
- Si luego se pasa dos días enteros sin querer comer nada, ojo.
La anorexia nerviosa es más conocida, aunque menos frecuente, afectando a un 0,5-1% de las adolescentes. Sin embargo, un dato preocupante es que hasta un 50% de los jóvenes entre 15 y 16 años creen que su peso es elevado y desean reducirlo:
- Si nuestra hija o hijo es una estudiante modelo, cuya nota más baja desde la escuela infantil ha sido un notable alto, y además muestra continuamente rechazo a su imagen corporal, ojo.
- Si come muy despacio, jugando continuamente con los alimentos para que la hora del almuerzo pase de forma desapercibida y disuelta en más de 8 vasos de agua, ojo.
- Si entre sus amigas hay una competición no oficial por comprobar quién pierde más peso en poco tiempo o quién tiene la figura más esbelta, ojo.
Si hay una pérdida de peso superior al 5% del peso habitual en un plazo de 6 a 12 meses, y no ha sido voluntaria, acuda a su médico. Quizá estemos ante algún problema de salud.
En cualquier otra situación: sonría, eduque y disfrute de la adolescencia de su hijo. Usted también la pasó.
Dr. Roi Piñeiro Pérez
Jefe Asociado del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba