La adolescencia no es un problema sino una etapa del desarrollo. Es imposible convertirse en un adulto completo sin haber transitado por ella (se tenga o no diabetes). No se trata de un “hueco” entre la niñez y la juventud, el intermedio de una película. No es un obstáculo en el camino del crecimiento.
Cierto que se vive como una situación convulsa en la que destaca la intensidad de las emociones sentidas. Así el joven es capaz de disfrutar al máximo y de experimentar los reveses como verdaderas catástrofes.
También, a veces es conflictiva (tanto para el propio adolescente como para los adultos con los que convive). El origen de esos encontronazos generacionales está en la necesidad que el/la adolescente tiene de autoafirmarse. De adquirir criterios y conductas propias. Con frecuencia esa necesidad genera conflictos con los padres y obliga a todos a “resintonizar” sus relaciones para evitar que el vínculo entre padres e hijos salga dañado.
Cuando se tiene diabetes en la adolescencia todo eso influye, pero además hay otros factores que también concurren. Reflexionar sobre las emociones puede ayudar a dilucidar cuáles están condicionadas por el hecho de ser adolescente y cuáles por tener diabetes. También permite dirigir la mirada hacia aspectos que pueden influir negativamente, así como a dilucidar la forma de abordarlos.
En la relación consigo mismo/a
La adolescencia está considerada como uno de los momentos que más influyen en la configuración del autoconcepto.
La “fotografía” que se hace de sí mismo/a está condicionada por la reflexión sobre las propias cualidades y defectos.
Cuando se tiene diabetes se corre el riesgo de que el listado de la columna “lo que no me gusta de mí” sea demasiado larga. En este sentido, algunos se perciben como seres deteriorados, estropeados ya que algo importante no funciona en su cuerpo y, además, nada puede hacer por arreglarlo.
Otra piedra contra el tejado de la autoestima puede llegar desde los adultos que tiene como referencia ya que, con frecuencia, no hacen sino confirmarle lo incapaz que es de cuidarse de sí mismo/a, lo “desastre que es” en el control de su diabetes.
A estos pensamientos se le puede adherir un tercero igualmente oscuro. Ya cuenta con la capacidad para pensar sobre su futuro y plantearse hipótesis sobre cómo cree que estará dentro de unos años.
Cuando se tiene diabetes, es casi inevitable plantearse cuestiones tales como: ¿Será esta un obstáculo para que me quiera a quien esté amando?; ¿supondrá un problema para mi desarrollo profesional?; ¿tendré complicaciones físicas?, etc.
Todas estas incertidumbres quizás le lleven a dibujar un futuro poco halagüeño para sí.
En las relaciones con los adultos
La adolescencia es el momento clave para alcanzar cotas de autonomía que faciliten el crecimiento personal y la capacidad de autogestión de la propia vida. Los padres deben hacer un esfuerzo especial por ceder el control a su hijo o hija adolescente para que tome decisiones y que experimente las consecuencias de las mismas. Sólo así podrá madurar.
Cuando su hijo o hija tiene diabetes, es mucho más duro ya que lo que está en juego, no es un suspenso en matemáticas, sino la salud. Sin embargo, sólo permitiéndole acertar y equivocarse aprenderá a gestionar su diabetes de manera autónoma.Pero para el adolescente también es un gran reto y una situación que le produce vértigo. Internamente se debate entre la búsqueda de la independencia (“déjame que yo ya sé”) y la seguridad que proporciona el que sus padres (mucho más expertos) tomen las decisiones respecto al manejo de la diabetes.
Tanto padres como hijos son conscientes de que la única forma de hacerse cargo de sí mismo es hacerse cargo de su diabetes. Por ello, desde muy pequeños, los esfuerzos deben ir encaminados hacia ese objetivo.
En las relaciones con los iguales
En esta época cobra especial relevancia pertenecer a un grupo de iguales. En él, van a poder experimentar nuevos roles y comprobar cómo reaccionan los demás ante su forma de proceder (“¿qué efecto tiene el ser chistosa, valiente, guapo, simpática, solidario…?”). Además, va a ser allí donde van a desarrollar valores de cooperación y solidaridad (“puedes contar conmigo”).
La integración en el grupo puede exigir el pago de cierto peaje. En muchos de los casos buscan no diferenciarse del resto, ser como los demás, no destacar.
La persona con diabetes puede percibir esta condición no como algo que la caracteriza, sino como algo que la hace diferente al resto. Desde esa posición puede intentar ocultarlo en los nuevos grupos de relación que establece con la intención de no ser señalado/a como “distinto”.
En caso de que ya lo sepan, puede que se sienta obligado a demostrar que la diabetes no le hace diferente al resto y que no le impide hacer nada (“bebo, fumo… igual que tú”; “soy más normal que nadie”…). Por supuesto que esa actitud puede hacer que el control de la diabetes sea mucho peor e incluso que se coloque en situaciones de riesgo.
En conclusión
Hay aspectos específicos del hecho de tener diabetes en la adolescencia que pueden influir negativamente y sobre los que hay que trabajar desde la infancia (autonomía, toma de decisiones, autoimagen, etc.).
Así mismo se debe estar atentos al impacto que el hecho de tener diabetes puede tener sobre el/la adolescente. Mencionar los riesgos de la interacción de la diabetes con la adolescencia tiene como intención que se pueda comprobar que no están presentes y que se desarrolla normalmente. Para, en caso contrario, ser detectados y abordados lo antes posible.
Para finalizar quisiera señalar que aquellos adolescentes capaces de gestionar adecuadamente su diabetes, no sólo ganan en autonomía, sino que logran tener una imagen de sí mismo mucho más positiva. Ese es, sin duda, el camino para lograr el pleno desarrollo personal.
Autor: Iñaki Lorente
Psicólogo Experto en Diabetes
(Publicado en la Revista Entre Todos. Si quieres recibir o descargar la revista, hazte socio)