El 6 de marzo pasó a ser un día clave en mi vida hace año y medio, fue el día que me diagnosticaron diabetes.
Al principio esta fecha me transmitía negatividad, rabia y enfado, me agobiaba y asustaba todo lo nuevo que iba a venir irremediablemente. Este agobio no es comprensible si no lo vives en primera persona. Recuerdo un libro que leí durante mi ingreso en el hospital, que relataba testimonios de gente con diabetes recién diagnosticada, en él expresaban sus pensamientos en esos primeros días tras el diagnostico. Leyendo esas páginas me sentí muy identificada y comprendida, me di cuenta de que era normal sentirme como me sentía, que otros se habían sentido igual y que no era algo malo.
Me abrumaba la cantidad de información fundamental que recibí en tan poco tiempo y que era imprescindible tener en cuenta para vivir mí día a día.
A día de hoy esa fecha me parece muy lejana, y ya no me transmite todas esas sensaciones negativas sino que me produce orgullo de mí misma, de los pequeños pasos que he ido avanzando en esta nueva situación que va a convivir conmigo de por vida, y de haberlo hecho consciente de que es importante para mi salud y mi futuro. Mantenerme dentro de los niveles de glucosa se ha convertido en un reto personal diario y aunque resulta muy complicado poco a poco siento que voy mejorando.
La diabetes es una enfermedad que para bien o para mal pasa desapercibida para el resto de personas, ya que no es tan visible como una herida o una lesión física. Yo misma desconocía la mayoría de la información que sé a día de hoy, obviamente había escuchado el nombre de “diabetes” alguna vez y que tenía algo que ver con el azúcar, pero la relacionaba con las personas mayores, y desconocía cuál era su tratamiento, sus diferentes síntomas o que había diferentes tipos de diabetes.
Cuando comenzó mi vida fuera del hospital tuve que adaptarme a nuevas rutinas, no fue fácil. Sentía que me condicionaba y limitaba en muchos aspectos cotidianos como: salir con mis amigos a cenar fuera ya que me agobiaba, y no sabía qué comer, tuve que dejar durante unos meses mis clases de baile, porque mi cuerpo podía reaccionar de forma inesperada. En resumen, me daba miedo la dificultad que veía para controlar mi cuerpo.
A los tres meses de mi diagnóstico, mi enferma formadora me habló del sistema de medición continua y comencé a utilizarlo. Hasta entonces realizar controles se complicaba en algunos sitios o situaciones como en clase y en el metro o autobús (sobre todo si no iba sentada).

A la derecha, María Gonzalo entregando firmas para la Financiación de la Monitorización Continua de Glucosa
Ahora con una simple pasada del móvil por el sensor puedo conocer en cualquier momento mi nivel de glucosa, y también la tendencia que está teniendo (subiendo o bajando, rápidamente o lentamente) y no solo yo, el sensor también ha aportado tranquilidad a las personas de mi alrededor que pueden medir mi nivel de glucosa en cualquier momento, por ejemplo cuando yo duermo.
Me siento más segura, al saber las 24 horas del día la evolución de mis niveles y poder sacar conclusiones o patrones, porque la información te da poder. Retomé costumbres de mi vida con la tranquilidad de tener la situación bajo control, con la sensación de que yo era quien controlaba la enfermedad y no al contrario. . Este verano estuve unos días sin el sensor, y volví a revivir la sensación de inseguridad de los primeros meses tras el debut.
Todo son ventajas en el día a día, pero el precio de esta tecnología es alto y provoca que no todos los pacientes puedan acceder a ella. Aunque sin duda poco a poco confió en que la sanidad pública asuma la necesidad de ayudar a su accesibilidad por el alto impacto que tiene en la mejora del control y tratamiento de esta.
En la vida todo pasa por algo o vas encontrando sentido a las cosas, en mi caso tener diabetes me ha supuesto una motivación personal y me siento muy satisfecha de aportar mi granito de arena para mejorar la calidad de vida de personas que como yo, tienen diabetes.
María Gonzalo