Antes de empezar a leer este texto. Si tienes un hijo, una sobrina, un primo pequeño o quien quiera que sea a tu alrededor a quien acaban de diagnosticar diabetes, déjame decirte solo una cosa: al acabar este artículo serás, probablemente, una de las personas más felices del mundo. Como lo soy yo ahora, con diabetes durante más de la mitad de mi vida. Déjame contarte cómo hemos llegado hasta ahí. Déjame contarte por qué ciento ochenta ha dejado de ser una cifra que limite tus sueños.
En 1921 la vida de millones de personas con diabetes cambió para siempre. El descubrimiento de la insulina supuso un antes y un después en el tratamiento de nuestra dulce dolencia. La enfermedad mortal se convirtió en una enfermedad crónica. Si no tenemos esto en cuenta, cada día, cada minuto, es muy probable que nos perdamos en el laberinto de las quejas y lamentaciones que suponen todas las molestias de la cronicidad. Sí, es un rollo. Sí, pero estás vivo. No olvides nunca todo lo que tenemos que agradecer a la ciencia.
Desde entonces, todo han sido avances: mejores insulinas, mejores agujas, mejores glucómetros, mejores bolígrafos, más comodidad para sobrellevar una carga bastante pesada. Las bombas, en teoría, podrían haber supuesto el siguiente salto, equiparable al descubrimiento de la insulina. Fueron recibidas con gran ilusión pero, echando un vistazo alrededor del tarro de miel, se quedaron en un buen apoyo, sin más. Los sensores de glucemia llegaron después, también entre aplausos, pero, ¿quién podía manejar toda aquella información? Al final, la receta del buen control metabólico dependía siempre del mismo ingrediente: de ti. Era posible, con un gran esfuerzo detrás. Un gran esfuerzo que, para colmo, no siempre era recompensado. Una hemoglobina glucosilada superior a 7.5% te dejaba en el centro de todas las miradas: “no estás haciendo lo suficiente”.
En los noventa, un glucómetro escupía medidas al azar. Puntos de color aleatorios y diminutos sobre un gran lienzo negro con una obra detrás que debías descubrir. Tu familia y tu endocrino no entendían por qué no eras capaz de contemplar el cuadro de Sorolla que se ocultaba tras tu esfuerzo. Era inútil explicarles que cada día, la pintura cambiaba, sin previo aviso. Que cuando estabas a punto de descubrir el arte, una nueva brocha te salpicaba en la cara. Y vuelta a empezar. “Si no consigues controlarte, es que algo estarás haciendo mal”.
Las bombas nos otorgaron precisión en la mirada. Con una media de siete puntos al día éramos capaces de adivinar los matices de cada autor. Más interacción, menos pinchazos, mayor control dentro del museo. Pero cualquier pequeño despiste podía ensuciar la perfecta mezcla del óleo que habíamos preparado en la paleta. Y vuelta a empezar. ¿Qué más quieres? Te he dado todo el control. “Si no consigues controlarte, es que algo estarás haciendo mal”.
La venda en los ojos desapareció con los sensores. Pasamos de la noche al día sin llegar a disfrutar de un tranquilo amanecer. Conseguimos verlo todo, pero borroso. Por fin pudieron creernos. ¿Lo ves? Yo aquí no hice nada, lo hice todo bien, pero estas cuatro líneas rojas hiperglucémicas aparecieron sin más, ¡cuando no tenía ni siquiera el pincel en la mano! ¡No todo depende de mí! Y si no te pasabas horas y horas viendo el cuadro y analizando el detalle de cada tono, en cuestión de minutos todo cambiaba una vez más. Y vuelta a empezar. Te miraban con cierto recelo. Más no te puedo dar. Ya tienes todo el control. “Si no consigues controlarte, es que algo estarás haciendo mal”.
Y con estas herramientas hemos vivido muchos años, esperando esa curación que lleva demasiado tiempo llamando a la puerta. Con épocas buenas, acariciando el 6.5%. Con momentos peores, rozando el 9%. Con disgustos y alegrías, con sonrisas y lágrimas, con una paciencia infinita para explicar que no, que no estoy haciendo nada mal. Que esto hay que vivirlo para poder opinar. Que no todo es tan sencillo y que dos y dos pocas veces suman cuatro. Que en la mejor de las ocasiones suman tres o cinco y que muchas veces se alejan tanto del resultado esperado que no hay forma de explicarlo.
Bien. Pues el salto que estábamos esperando ya se ha producido. Ha llegado la inteligencia artificial. La suma de bomba y sensor, con una corrección automática de las glucemias. Disfruta el cuadro, pero sin obsesionarte. Tanto si te despistas como si no lo haces, alguien va a estar vigilando la obra por ti. Durante el día. Durante esas largas e imprevisibles noches. Cuando haya sido culpa tuya. Cuando no lo haya sido. Ya no depende todo de ti. Te acostarás en ciento ochenta y sin hacer nada te levantarás en cien. Te acostarás en setenta, con miedo, pero no te despertarás sudoroso en mitad de la noche con otra de esas pesadillas bajas en azúcar. Llámalo páncreas artificial. Llámalo como quieras. Con un esfuerzo mucho menor vas a estar normoglucémico. Te sentirás incluso descontento cuando bajes de un 75% en rango, ese mismo porcentaje que antes te parecía perfecto. Porque ahora sí. Ahora, si no consigues controlarte con una de las nuevas bombas, será muy probable que algo estés haciendo mal.
Al menos, esta es mi experiencia personal con la nueva bomba MiniMed™ 780G, con la que convivo desde hace más de seis meses. Reúne todas esas características que llevaba años esperando y conducen a la curación artificial de la diabetes. Sí, lo has escuchado bien: curación. O como quieras llamar a tener una hemoglobina glucosilada de 6.5%, incluso inferior, sin “merecerlo”. Es decir, sin estar pendiente 24 horas al día de las glucemias. Desde mi punto de vista, supone el mayor avance en diabetes desde el descubrimiento de la insulina, y esto ya es decir mucho. Es el tratamiento que se va a imponer durante los próximos años sin ninguna duda. Es el tratamiento que hace que los endocrinólogos se aburran con nosotros, porque casi nada tienes que modificar cuanto todo va perfecto.
Veintiocho años después de mi debut, siento que por fin llevo un páncreas, unos islotes artificiales que me devuelven a la realidad de las personas que no tienen diabetes. Además y por suerte se empiezan a fabricar este tipo de bombas que incluso no precisan calibración del sensor… Como lo oyes, ¡sin pinchazos en los dedos!
Lo que venga a continuación solo puede mejorar esta curación artificial. Que no tengamos que decirle a la bomba cuando comemos. Que lleve un dispositivo asociado que libere glucagón y no tengamos hipoglucemias ni siquiera cuando hayamos calculado mal las raciones, si es que realmente tenemos que seguir calculándolas. El futuro es tan alentador que, si pienso en él, no puedo evitar que unas timidas lágrimas de alegría se asomen en mi cara.
Soy consciente de que, en muchas ocasiones, peco de optimista. Que en los niños, por ejemplo, estas bombas todavía tienen un amplio margen de mejora. Que todavía sigues teniendo diabetes y puedes seguir teniendo picos de hiperglucemia y también bajones de hipoglucemias, pero pasan de ser la norma del día a día a algo anecdótico. No es una opinión personal sin más. Muchas otras personas que han tenido la suerte de contar con una de estas nuevas bombas comparten la misma alegría que yo. Por ejemplo, Jedi Azucarado, archiconocido en nuestro pequeño mundo, quien “por primera vez en años” reconoce que “tras tres décadas y media con la diabetes como indeseada compañera, vivo una sensación de tranquilidad e independencia como no he sentido en toda mi vida con diabetes”.
Tranquilidad e independencia. Vivir con diabetes pero casi sin diabetes. Soñar con un futuro sin complicaciones. Saber que el próximo niño que debute recibirá con disgusto la noticia de tener que llevar consigo una serie de aparatos que antes no necesitaba. Para que no se pierda en el laberinto de las quejas y lamentaciones, habrá que explicarle muy bien el pasado reciente, y que nunca olvide, ningún día, en ningún minuto, todo lo que tenemos que agradecer a la ciencia.
Autor: Dr. Roi Piñeiro Pérez
Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba
(Publicado en la Revista Entre Todos. Si quieres recibir o descargar la revista, hazte socio)