
Tengo 32 años y tengo diabetes tipo 1 desde los 17. Practico deporte a nivel amateur, pero de alta intensidad, desde los 14.
Cuando me detectaron la diabetes, y durante toda la semana que duró mi ingreso hospitalario por cetoacidosis severa, mi ansiedad y preocupación llegó a niveles insospechados, ya que era una enfermedad totalmente desconocida para mí y para toda mi familia. Dicha inquietud fue en aumento al escuchar comentarios de lo más variopintos entre los pacientes que compartían mi día a día y, para mi mala fortuna, ninguno de estos comentarios resultaba alentador: “no podrás volver a hacer deporte intenso”, “serás incapaz de controlar tus niveles si sigues con tu vida normal como hasta ahora”, “te van a dar constantemente hipoglucemias y eso es muy peligroso”, fueron algunos de los comentarios que no dejaban de repetir.
Una vez dada de alta, me mantuve más de tres meses encerrada en casa sumida en una gran depresión, sin atreverme a hacer nada, hasta que, me armé de valor y poco a poco comencé a realizar mis rutinas de nuevo, incluyendo el deporte.
He de decir que tuve la gran suerte de evitar contratiempos durante los primeros seis años, en los que conseguí beneficiarme de los que los médicos llaman, (de manera un tanto irónica), “luna de miel”, es decir, mi páncreas aún contaba con algunas reservas de insulina. Pero, pasado este periodo, mi diabetes se descontroló peligrosamente. Los niveles estaban constantemente en cifras muy elevadas, especialmente después de hacer deporte, por lo que, ante el temor de posibles complicaciones futuras acababa inyectándome más insulina de la debida, provocándome hipoglucemias muy severas.

A pesar de este descontrol me negaba a abandonar el deporte, por lo que tomé la determinación de mantenerme siempre en cifras elevadas para evitar las temidas hipoglucemias. El problema era que, empezar a entrenar con cifras elevadas hacía que éstas aumentasen mucho más después, llegando en innumerables ocasiones a cifras por encima de 300 mg/dl , asustada me suministraba insulina rápida de nuevo, provocando otra vez hipoglucemias, lo que resultaba realmente peligroso, especialmente cuando el entrenamiento era a última hora del día y desembocaba en hipoglucemias nocturnas.
En definitiva, era consciente de que ponía en riesgo mi salud, pero me negaba a abandonar mi pasión, que era el único consejo que mi endocrino era capaz de darme. Al poco tiempo, tuve la suerte de conocer a la que es actualmente mi endocrina que, con mucha paciencia, consiguió cambiar mi vida y mis temores haciendo unos pequeños, pero fundamentales, cambios en mi día a día.
Empecé a llevar a cabo rutinas, siempre lo más estrictas posibles, tomando una fruta inmediatamente antes de empezar a hacer deporte e iniciando la actividad siempre con cifras comprendidas entre 80 y 180 mg/dl, de esta manera termino siempre con cifras favorables. No obstante, evito realizar controles inmediatamente después ya que, el cuerpo segrega hormonas como la adrenalina que eleva las cifras para pasadas 2 o 3 horas estabilizarse de nuevo. He perdido el miedo puesto que, he aprendido que la ansiedad por controlar la diabetes conlleva a que ésta se descontrole. Aun así, procuro siempre llevar conmigo alguna bebida isotónica o, en su defecto, algún terrón de azúcar por si he de tomarlo al notar algún síntoma, aunque he de decir que hasta el día de hoy nunca he tenido una hipoglucemia realizando deporte, precisamente por el aumento de la hormona del estrés mientras se está realizando.
Pero, sobre todo, trato de llevar a cabo el mejor consejo que me han dado hasta el día de hoy: No adaptes tu vida a la insulina, adapta la insulina a tu vida.

Bien es cierto que cada persona es diferente y cada uno reacciona de distinta manera al tratamiento, la alimentación y el deporte, cada uno conoce su cuerpo mejor que nadie. Yo practico deporte 7 días en semana, 3 horas al día, procurando que sea siempre a la misma hora y con la misma intensidad, y logro tenerlo controlado con una dosis de insulina realmente baja. Creo que el único secreto universal realmente válido es: tener constancia. Y, por supuesto, una educación diabetológica por parte de los profesionales proporcionará unas pautas que mantendrán los niveles en cifras adecuadas.
Eva Concepción