
En los últimos años venimos asistiendo a un aumento en el mercado de una serie de productos conocidos como “bebidas energéticas”. Pero, ¿qué son verdaderamente estos productos?
Si atendemos a sus eslóganes publicitarios, se autodefinen como productos capaces de potenciar nuestro rendimiento, tanto físico como mental, al generar en nuestro organismo una sensación de reducción de fatiga muscular, un aumento de la concentración y una disminución del sueño, asegurando, incluso, que contribuyen a la eliminación de sustancias nocivas para nuestro organismo. Es frecuente que los anuncios de estos productos vayan asociados al mundo del deporte, la música y el ocio, y que grandes profesionales de estos ámbitos promocionen dichos productos como si formaran parte de su alimentación, dándonos a entender que sus logros son consecuencia directa de su consumo.
Sin embargo, si nos centramos propiamente en su composición, aunque puede variar según unas marcas u otras, nos damos cuenta de que esos supuestos efectos los proporciona principalmente su contenido en azúcar y cafeína. Para que nos podamos hacer una idea, una lata de estos productos puede aportar entre 2 y 3 cucharadas de azúcar, y entre 1 y 2 tazas de café. Además, en dichas fórmulas también podemos observar otras sustancias estimulantes, como el guaraná, la nuez de cola y el mate; aminoácidos como la taurina y la creatina; así como elevadas concentraciones de vitaminas del grupo B.
Con estos datos en la mano, y ante el gran aumento de su demanda -siendo el sector adolescente el principal consumidor de estos productos, ya sean solos o bien combinados con bebidas alcohólicas, se han promovido estudios que han tratado de evaluar sus posibles repercusiones sobre el organismo. Es por ello que la OMS ha llegado a pronunciarse al respecto, considerando que el consumo excesivo de estos productos puede conllevar riesgos a corto plazo, tales como palpitaciones, vómitos, aceleración del ritmo cardiaco, trastornos del sueño y elevación de la presión arterial. Otros estudios relacionan su consumo a largo plazo con enfermedades crónicas, como la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
Si nos centramos en el efecto que podrían generar en un organismo con diabetes, en primer lugar debemos atender a su elevada concentración en azúcar. A corto plazo, estos productos no nos ayudarán a controlar nuestros valores de glucemia, teniendo en cuenta que algunas de estas marcas pueden llegar a aportarnos hasta el 15% de las calorías diarias recomendadas. A largo plazo, las consecuencias que estos productos energizantes pueden acarrear para nuestro organismo son aún más graves, ya que se han relacionado con un aumento del tejido adiposo visceral, que, a su vez, se relaciona con enfermedades de tipo metabólico, como la obesidad y enfermedades cardiovasculares, sumando así otro factor de predisposición, al igual que la diabetes. En cuanto a su concentración en cafeína, debemos tener en cuenta que podría aumentar nuestra presión arterial, y esto es un factor a valorar cuando para la población con diabetes es tan importante tenerla controlada.
En 2015, un estudio canadiense relacionó directamente el consumo de estas bebidas energéticas en adolescentes con diabetes tipo 2. Estos investigadores han comprobado que las dosis de cafeína incluidas en estas bebidas inhiben la capacidad de respuesta del organismo ante una alta carga de azúcar que ellas mismas contienen, pudiendo generar de esta manera una “resistencia a la insulina”. Los adolescentes serían el sector más vulnerable, al estar su organismo en crecimiento y debido a la probabilidad de un mayor consumo de este tipo de sustancias. No obstante, aunque los resultados son preocupantes, todavía no se pueden establecer conclusiones definitivas.
A modo de conclusión, debemos valorar la gran importancia de conocer la composición de estos productos y evitar dejarnos llevar por el mensaje que los anuncios transmiten, pues se ha comprobado que el consumo de bebidas energéticas no es del todo inocuo, ya que pueden presentar efectos adversos, por lo que su consumo no es muy recomendable, máxime en un grupo de edad como el adolescente, que normalmente es más propenso a consumir estos productos.
En cuanto a su regulación, y por todo lo dicho hasta aquí, es importante señalar que este tipo de bebidas debería estar restringido a los menores de edad y a las mujeres embarazadas, además de que deberían limitarse de algún modo los puntos de venta. Asimismo, su comercialización tendría que venir acompañada de información precisa sobre sus riesgos, a fin de evitar el consumo por parte de la población más vulnerable, como puedan ser las personas con diabetes, enfermedades cardiovasculares o psiquiátricas, así como las personas susceptibles de padecer crisis convulsivas.
Autora: Almudena Burgos
Farmacéutica