Si tu médico lo dice, por algo será…

Si tu médico lo dice, por algo será...

Si tu médico lo dice, por algo será…

En un mercado cualquiera, mientras lubinas y corderos son intercambiados por papeles de colores, puede escucharse la siguiente conversación:

— Marchando una de chuletas! Bueno… ¿y qué tal todo? ¿Al final se va de vacaciones?

—¡Sí!, salimos mañana por la carretera del Norte.

—¿Por la del Norte? No, no… mire, yo no iría por ahí. Las curvas no están bien peraltadas, las tajeas están mal construidas y las corrientes de agua invaden los terraplenes con facilidad, el dimensionamiento de las cunetas es erróneo así que, como llueva, va usted a hacer aquaplaning casi con total seguridad. Yo le recomiendo la carretera del Noroeste… a mí me va mejor.

—¡Ah!… pues muchas gracias, iré por ahí entonces.

Un diálogo raro, desde luego, pero a pocos metros tiene lugar otra pequeña tertulia:

¡Marchando una de bacalao! Bueno… ¿y cómo va ese pleito del que me habló el otro día?

Pues ahí seguimos… según mi abogado ahora estamos en fase de recurso ordinario…

¿Ordinario? No, no… mire, según el Protocolo número 7 a la Convención Europea de Derechos Humanos, si usted demuestra que el juez se ha equivocado en la sentencia, tiene derecho a una indemnización. Déjese de recursos y ataque por ahí, búsquese otro abogado o incluso vaya por su cuenta… a mí me fue mejor.

¡Ah!… pues muchas gracias, así lo haré entonces.

Otra charla extraña, sin duda. El caso es que en la tienda de la izquierda, varios tímpanos vibran al mismo tiempo estimulados por fonemas de toda clase:

—¡Marchando una de jamón ibérico! Bueno… ¿y cómo va ese catarro?

—Pues como siempre, que es un virus, y que no me han dado nada.

—¿Nada? No, no, mire… hay resfriados que empiezan siendo virus y luego se complican con bacterias o incluso algo peor. Vaya a otro médico y que le recete este antibiótico, mano de santo… a mí me está yendo mejor desde que lo tomo.

—¡Ah!… pues muchas gracias, lo tomaré entonces.

Este último episodio ya no es tan excepcional, y se repite con cierta frecuencia todos los días. Y es que, ¿quién no habla de Medicina? ¿Quién no sabe algo sobre salud? ¿Quién no lleva dentro un pequeño doctor?

Ya he comentado en otras ocasiones que la Medicina es una ciencia inexacta, tan defectuosa que muchos en realidad la consideran un arte, una habilidad cuyo éxito depende de quien lo practique. Desde luego no es raro que una enfermedad pase por varios diagnósticos y tratamientos diferentes para terminar igualmente en curación. Tan cierto como que “cada maestrillo tiene su librillo”. Tan cierto como algo que una vez me dijo uno de mis maestros, y es que “la Medicina no está escrita en los libros, sino en las revistas científicas”, donde en realidad, mes a mes se reescribe este arte incompleto cuyo objetivo es sanar personas.

La verdad es que no faltan motivos para desconfiar de los galenos. Hace no tanto que los bebés debían dormir boca abajo y tomar leches artificiales, la gaseosa podía ser mortal, las mujeres que lactaban se llenaban de cerveza y el aceite de oliva estaba peor visto que el tabaco. Si antes todo eso estaba bien, ¿cómo es posible que ahora esté tan mal? ¡Están locos estos matasanos!

Con esta situación no es sorprendente que, con frecuencia, hagamos más caso a nuestro vecino, compañero de trabajo o vendedor de mercado, que a nuestro “bata blanca” habitual. Esta desconfianza, sumada al miedo que genera la propia enfermedad, es el caldo de cultivo perfecto para brujos, charlatanes y demás oportunistas, que aprovechan el arte de curar para llenar sus bolsillos de dinero manchado de falsas esperanzas.

Bien, pues a continuación partiré una lanza a favor de los médicos, y explicaré por qué sí debemos seguir sus recomendaciones.

Una de las principales razones por las que la Medicina se reescribe una y otra vez son los ensayos clínicos. Cada día se sintetizan miles de nuevas moléculas con potencial farmacológico, muchas de ellas van directamente al cubo de la basura. Solo algunas son seleccionadas para ser futuros medicamentos, y antes de llegar a la farmacia se realizan los ensayos clínicos para comprobar su eficacia, que no es lo mismo que efectividad ni que eficiencia, pero este es un debate terminológico que supone otra historia, y por tanto deberá ser contada en otra ocasión para no hacer esta historia interminable.

A grandes rasgos, para comprobar si el nuevo fármaco es eficaz para curar o no una determinada enfermedad, se compara con una “pastilla de azúcar” (placebo). Claro… el placebo no curará a nadie y la nueva molécula sí lo hará… para eso no hace falta estudiar tanto. Pues la realidad es bien distinta, y explica muchas cosas. Ambos remedios, tanto el que se ensaya como el placebo, consiguen curar. El hecho de que “la pastilla de azúcar” sea efectiva continúa siendo un misterio que, quizás, algún día nuestro cerebro nos permita desvelar. Pero que la “pastilla mágica” cura es real, y explica por qué algunos listillos consiguen sanar con aguas milagrosas, imposición de manos y otras tonterías por las que muchos engañados pagan papeles de colores. El futuro medicamento tiene que demostrar que es superior al placebo, y no solo en un paciente, sino en una larga serie de al menos mil personas.

Cuando un médico receta un fármaco es porque, tras un estudio clínico aleatorizado y bien diseñado, la estadística ha demostrado que el medicamento es superior al placebo en un grupo de enfermos. Sin embargo, nos fiamos más de que el vecino (una persona) se ha puesto bien con una pócima (incluso posible placebo) que compró en un herbolario y que le recomendó un amigo. Dicen que el ser humano es un animal racional, pero esto de la Medicina cada vez se parece más a la Política. No importa hacerlo bien, lo importante es convencer.

Sin embargo, diez años después de la comercialización de aquel medicamento tan bueno, van ahora las autoridades sanitarias y nos dicen que ni se nos ocurra tomarlo, que nos podemos poner muy malos. Pasa pocas veces, hace mucho ruido, y se debe a una cosa necesaria llamada Farmacovigilancia. Cuando un fármaco nuevo ha demostrado eficacia y un buen perfil de seguridad, ha sido probado en mil o diez mil pacientes como decía antes. Cuando lleva varios años circulando por el mundo, hay varios millones de personas que forman parte de un ensayo clínico gigante. Lo normal es que no haya cambios con respecto a la estadística inicial, pero a veces hay efectos secundarios muy raros que paralizan la comercialización de un fármaco, y que no han podido ser detectados hasta observar un caso entre un millón (por eso son raros). Entonces los escépticos vuelven a la carga: “Fíate tú de los médicos… mejor agüita de Lourdes que durante millones de años ha demostrado que daño no hace…”

Todo esto se puede aplicar igualmente a pruebas diagnósticas y a recomendaciones como dormir boca arriba, boca abajo o de lado. Hay muchas cosas que no sabemos, pero no pasa un día en el que, entre todos, no tratemos de encontrar su explicación, solución o curación. Nos equivocamos, aprendemos de nuestros errores y reescribimos mensualmente nuestro arte. Mientras tanto, si no discutimos la mala pericia de un ingeniero que nos pueda matar en la siguiente curva, ni desconfiamos de cada decisión de un juez, hagamos caso de nuestro médico, porque si él lo dice, por algo será…

Aprovecho para seguir luchando desde estas líneas y reivindicando una Sanidad Pública gratuita y de calidad, porque se puede, porque no se debe vender y porque tenemos que defenderla como sea.

Dr. Roi Piñeiro
Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba

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