Ni siquiera recuerdo cuando fue la primera vez que tuve una raqueta en la mano. Mi padre nos inculcó el amor por el tenis, y con 7 años entré en la escuela del club cerca de casa. En 1984, cuando llegó el diagnóstico de la diabetes, acababa de cumplir 9 años y estaba de vacaciones en la playa. A pesar de haber perdido muchísimo peso y con una cetoacidosis severa, a base de inyecciones de insulina de cerdo de manera aleatoria, me recuperé inmediatamente sin ingresar en ningún hospital. Al volver a Madrid y empezar el curso escolar, el endocrino consideró que debía continuar con mis clases de tenis, pero no era conveniente que jugara los partidos de la liga los fines de semana con el equipo; era demasiado complicado controlar las glucemias sin poder predecir horarios ni duración de los partidos. Así que me autoconvencí de que nunca podría jugar como los demás niños, a pesar de que me habían seleccionado entre muchos ¡debía limitarme desde ese momento a los entrenamientos! Mi madre en aquellos primeros años se acercó por nuestra asociación que se convirtió en un gran apoyo para ella.
A pesar de todo, no solo no dejé de jugar al tenis, de esquiar, nadar, sino que nunca me consideré ni me consideraron diferente. Decidí estudiar Farmacia, porque los conocimientos de bioquímica y nutrición me iban a ayudar a tener una mayor libertad a la hora de que la diabetes no me limitara en ningún aspecto de mi vida y poder tomar decisiones respecto a mi propio cuidado en cada momento.
Pero la vida me dio una segunda oportunidad, y al cumplir 35 años me llamaron para jugar en el equipo la liga de veteranos de Madrid. Por entonces ya disponía de las insulinas de nueva generación y glucómetros que en 5 segundos te daban el resultado, así que con una mezcla de miedo e ilusión, comencé a competir. Me propuse salir a la pista a disfrutar, a saborear lo que no me permitieron cuando era una niña, sin el objetivo de tener que ganar. Y quizá por eso y por la fortaleza mental y la capacidad de superación que terminas desarrollando después de vivir tantos años con diabetes, conseguí resultados sorprendentes. Han pasado 13 años desde entonces y he jugado como número 1 del equipo de veteranos y absoluto, ITF (Federación Internacional de Tenis), torneos internacionales y cada año el campeonato de España de veteranos.
El factor más complicado de manejar es la presión; la adrenalina fluctúa antes, durante y después de cada partido. Por eso rara vez necesito tomar glucosa en los partidos, mientras en los entrenamientos es imprescindible. Pero haber decidido cambiar a la bomba con sensor me ha ayudado a entrar más tranquila a la pista, y adaptarme mejor a los imprevistos que casi siempre se dan: muchas veces no sabes a qué hora empiezas, ni la duración o intensidad del partido, si empieza a llover en mitad y hay que parar, o incluso que la contraria no se presente! Y gracias a poder cambiar las basales, he conseguido pasar mejores noches sin hipoglucemias después de un partido intenso. Por eso decidí llevar la bomba en modo manual y tomar yo las decisiones en función de las circunstancias.
Hay por supuesto momentos duros, cuando una hipoglucemia o hiperglucemia te hacen perder cuando sabes que tenías el partido ganado. Entonces me habla la Carmen de hace 40 años y me tiene que recordar que ni en mis mejores sueños habría imaginado llegar tan lejos, y empiezo a pensar en la próxima vez que seguro conseguiré ganar a mi rival y por consiguiente ganar también en el control de mi diabetes.
Autora: Carmen Fernández Nieto