
Desde la década de los 80 del pasado siglo, la asociación entre un grupo de conductas alimentarias de riesgo y trastornos de la alimentación con la diabetes mellitus comenzó a recibir atención. Es probable que los artículos “Anorexia nervosa and bulimia in diabetics” o “Bulimia, anorexia nervosa y diabetes”, publicados en 1984 en el Journal of Psychosomatic Research y The Psychiatric Clinics of North America, respectivamente, fueran los primeros dedicados a explorar esta relación.
A partir de este momento, el estudio de la prevalencia, características clínicas y las consecuencias médicas de esta relación ha sido objeto de estudio por parte de numerosas investigaciones. De hecho, está ampliamente documentado que las adolescentes y mujeres con diabetes tipo 1 tienen mayor probabilidad de desarrollar conductas de alimentación de riesgo que sus contrapartes sin diabetes.
En estas conductas de riesgo pueden incluirse las dietas “milagro”, los ayunos, los atracones y un rango de conductas compensatorias y purgativas que interfiere claramente con un adecuado manejo de esta enfermedad. Las conductas de alimentación deben ser entendidas en un continuo que va desde la restricción hasta los atracones.
Comencemos analizando las restricciones, donde podemos encontrar las dietas “milagro” y los ayunos, por solo citar dos ejemplos. Las dietas “milagro” son altamente restrictivas, pues el objetivo es perder mucho peso en un corto período de tiempo.
Por su parte, los ayunos prolongados interfieren con las cinco comidas por día que estos pacientes deberían hacer.
En el otro extremo se encuentran los atracones, que se caracterizan por una exagerada ingestión de alimentos en un corto período de tiempo y la sensación que la personas tiene de no poder parar. También aquí se suma el comer nocturno, donde las personas incrementan la ingestión de calorías después de la cena (alrededor del 25% de la ingestión del día). En ambos casos se suelen ingerir alimentos altamente procesados y calóricos que no suelen ser recomendable para la dieta de las personas con diabetes.
Por último, habría que analizar un grupo de conductas purgativas o compensatorias que pueden complicar aún más las cosas. Dentro de estas se pueden señalar provocarse el vómito, el uso de laxantes, el consumo de productos de herbolario sin acción demostrada en sustitución de algunos alimentos o una práctica excesiva de la actividad física. En la diabetes de tipo 1 también se ha observado que, para perder peso, algunos pacientes evitan inyectarse sus dosis de insulina, o se las administra en cantidades inferiores a las necesarias.
Aunque estas conductas por sí solas constituyen un riesgo considerable para los pacientes con diabetes, el mayor riesgo viene dado cuando hablamos de un trastorno de alimentación clínicamente establecido y diagnosticable. Los trastornos de la alimentación tienden a pasar desapercibidos para muchas familias, hasta que sus manifestaciones son notablemente graves. Suelen parecer problemas menores, cuando la realidad muestra que tienen la mayor tasa de mortalidad de todas las enfermedades psiquiátricas.
Si entendemos que el manejo de la diabetes pasa por la adherencia a una alimentación moderada y saludable, es lógico pensar que prestar atención a las conductas alimentarias de los pacientes resulta un factor sumamente importante. En este sentido tendríamos que estar atentos a los indicadores de anorexia, bulimia, trastorno de atracones y síndrome de comer nocturno en los adolescentes.
En esta etapa evolutiva los conflictos con la imagen y el peso se tornan más agudos. A ello habría que añadir la existencia de una comunidad en Internet denominada pro-anorexia donde se ofrecen consejos y retos para perder peso. Muchas chicas suelen volverse tristemente famosas en las redes por sus imágenes de desnutrición extrema, autolesiones o muerte. No resulta complicado que, como cualquier otro, un adolescente que tiene diabetes pueda acceder a este tipo de contenidos.
Tomando en cuenta lo anteriormente expuesto y antes de activar las alarmas, necesitamos saber si los adolescentes con diabetes tipo 1 tienen más riesgo de desarrollar un trastorno de la alimentación. Una revisión publicada en 2013 en Diabetic Medicine, analizó 10 estudios sobre el tema. Los resultados mostraron que el diagnóstico de los trastornos de la alimentación estaba presente en el 7% de los adolescentes con diabetes tipo 1, en comparación con el 3% de los adolescentes que no tenían diabetes.
El mismo estudio también observó que saltarse intencionadamente las inyecciones de insulina es una conducta que afectaba alrededor del 40% de las chicas con diabetes tipo 1. Los resultados parecen indicar que resulta necesario prestar atención al desarrollo de trastornos de alimentación y a evitar la inyecciones de insulina como particularidad compensatoria en estos pacientes.

¿Qué indicadores pueden alertarnos de la presencia de un problema?
En primer lugar debemos tener en cuenta el peso, los factores de personalidad y el entorno familiar. En segundo lugar, qué ocurre tras el diagnóstico y la edad a la que éste ocurre.
En este momento observar qué ocurre con el peso es importante, pues las manifestaciones de la alimentación de riesgo son diferentes en dependencia de si se gana o se pierde peso. Hay que estar muy pendiente si existe satisfacción con la pérdida de peso o la preocupación cuando se gana. El tercer indicador lo podemos observar en el manejo y respuesta del tratamiento con insulina. En este punto habría que prestar atención a los episodios de hipoglucemia o la ganancia de peso.
En el primero podría estar relacionado con episodios de atracones. Al darse un atracón sube la glucemia y hace necesaria una dosis adicional de insulina, cuestión que puede llevar a una hipoglucemia y la perpetuación de la conducta de atracones con el reinicio del ciclo. Por supuesto, la ganancia de peso es inevitable.
Por su parte, para el segundo caso podría ocurrir todo lo contrario: una combinación de conductas de restricción y el rechazo a aplicarse el tratamiento con insulina como conducta compensatoria. Otro problema asociado a la ganancia de peso puede ser el conteo de calorías. En este sentido existen muchas familias que suelen perpetuar estas conductas con sus alabanzas a la pérdida de peso y su obsesiva focalización en las calorías que se consumen.
Me gustaría llamar la atención sobre un factor de riesgo en los trastornos de la alimentación al que muchas familias ni siquiera prestan atención porque es percibido como una cualidad positiva. Estoy haciendo referencia al perfeccionismo. En el caso de estas personas es un perfeccionismo socialmente prescrito, que suele tapar las dificultades con la autoestima que la propia insatisfacción con la imagen genera.
Estos chicos, aunque la mayoría de los estudios se han realizado con chicas, se esfuerzan por ser los mejores en todas las áreas con el objetivo de recibir aprobación de padres y compañeros. Cuando no llegan al resultado propuesto suelen experimentar intensos episodios de depresión, ansiedad o angustia que les lleva a la necesidad de autocastigarse.
Por tanto, estemos atentos para detectar cualquier tipo de trastorno a los que se refiere este artículo.
Boris C. Rodríguez
Master en Psicología Médica y Doctor en Psicología Clínica y de la Salud